Marcos Sandoval, alias “El Chino”, dobló por una calle desierta mientras la oscuridad tanteaba cada vez más, llegando implacable a cada rincón, luchando contra el mortecino sol.
Se había alejado del centro pues el taxi llamaría inmediatamente la atención de la yuta. Además, su aspecto típico lo delataba: Zapatillas deportivas, pantalones deportivos térmicos, polera Nike y cadenas de plata brillando en el cuello. Arriba de este, su cara rígida como un monolito de piedra y su mirada intimidante marcaban a fuego el sello del delincuente callejero.
Estaba intranquilo, no por el hecho de saber lo que había hecho, sino porque el instinto le decía que las sensaciones físicas que experimentaba significaban peligro. Si bien no entendía de que clase de peligro se trataba, cada vez que tenía el pulso elevado, la adrenalina fluyendo por sus venas, el corazón retumbando en su cabeza y la sensación de hormigueo en su estómago; era porque algo había hecho; un robo, un asalto, una agresión… Aunque también se presentaban antes de que hiciera estas cosas o en los raros casos en que planeaba algo. Pero ahora…pero ahora había asesinado al taxista y la sensación era enorme…
Por otro lado, sudando e intranquilo, se sentía más brígido, más peligroso. Había matado a puñaladas al taxista y ahora andaba con dinero y en su nave. Todo esto merecía un premio, merecía una dosis de pasta base, unas cuantas, y tomando una nueva calle enfiló donde un traficante con una sonrisa de poder.
Parecía que al fin la noche le había ganado al día pues la oscuridad ahora estaba en todo, aunque la luna llena teñía de blanco las copas de los árboles y el cielo a su alrededor. Las nubes pasaban rápidamente arriba y abajo la ventisca cada vez más fría hacía bailar las hojas caídas, que giraban como una rueda frente al parabrisas del auto.
La cabina del taxi era extrañamente espaciosa, como si nada pudiese hacerla parecer abrigada o acogedora, ni los asientos, ni él, ni nada. Esta sensación le hizo sentir frío. Recordó maldiciendo en voz alta que el taxi no tenía aire acondicionado.
El semáforo se puso en rojo.
Oprimió el encendedor del auto y al sacarlo vio que no servía.
Verde.
No aceleró, buscó fósforos en su abrigo, prendió un cigarrillo y avanzó serpenteando por las desiertas calles secundarias del Santiago antiguo como un ratón en un laberinto. Cruzó el Parque de los Reyes y cogió la autopista rumbo a la población donde vivía su hermano. Estaban peleados por un problema de dinero en el casamiento de su prima, pero ahora no iba a verlo a él sino a comprar droga de la buena. En esa población vendían una pasta base de cocaína amarilla que dejaba parado y entero duro.
Diez minutos después abandonó la carretera y se adentró en la población por una calle principal, mientras un estremecimiento le sacudía el pecho. Realmente la noche se estaba poniendo fría, pero ahora que tenía plata podía hasta pagarse un reservado en el telmo de la rotonda. Lo único que ahora le preocupaba era la calle por la que circulaba pero sabía por experiencia que no era una vía vigilada por los pacos.
Mañana, después de que despertase de donde sea que pasara la noche, se iría a comprar unas zapatillas nuevas y una buena tenida, y en la tarde se juntaría con su compañero para un trabajo donde necesitaban un chofer. Quería ir bien vestido para que supieran que no era nada primerizo. Su máxima aspiración era comprar una pistola de nueve milímetros casi nueva que el dueño de un clandestino le estaba vendiendo, con esa joya podría comenzar a trabajar en serio y ya nadie se metería con él, y si este trabajo resultaba tal vez la compraría en un par de días.
Torció por un estrecho y oscuro pasaje y al lado derecho apareció una destruida cancha de fútbol que marcaba el comienzo de la población. En ciertos rincones figuras humanas reunidas en grupos voltearon al unísono al ser alumbradas por el taxi y luego continuaron con lo suyo. En la cancha un puñado de personas jugaba a la pelota al son de la música de una radio y de vez en cuando un silbido anónimo cortaba el aire como un mensajero raudo.
Las calles de la población eran sucias y mal iluminadas, estrechas y cortadas por pequeñas callejuelas donde se refugiaban adictos ansiosos. Gran cantidad de niños y perros circulaban también, ambos en busca de comida y la mayoría de las destartaladas casas eran puntos de venta de droga.
Las luces del taxi iluminaron la salida del callejón dejando a la vista una inmunda plaza, alguna vez construida para que jugaran niños; ahora un puñado de mujeres jóvenes y raquíticas deambulaba por ella en busca de algún cliente. Tras mirarlas en su lento andar, “El Chino” aceleró levemente y continuó su viaje hasta la casa donde compraba siempre. Se detuvo frente a una alta reja metálica tras la cual se apreciaba una fachada evidentemente distinta a las demás. Era una casa bien arreglada, con cerámicas y protecciones reforzadas; la casa de un traficante. “El Chino” se apeó del auto y se acercó llamando a un tal “Michael” mientras dos grandes perros negros se abalanzaban sobre la reja ladrando furiosamente. Al cabo de unos instantes un hombre de facciones demacradas y angulosas salió al antejardín y tranquilizando a los perros con sus delgados brazos, se ocupó de atender a “El Chino”. Recibió el dinero y tras comprobar que era verdadero miró instintivamente hacia la calle en todas direcciones y luego entró nuevamente a la casa.
Estos minutos de espera mientras le preparaban su cantidad de pasta base le resultaban siempre muy desagradables y tormentosos pues siempre imaginaba que lo engañarían quitándole las monedas o que algo le harían mientras esperaba en la calle. Pero él también era una persona peligrosa, se notaba en su forma de llevar la ropa, se notaba en su postura, en los cortes en sus brazos; era un ladrón, un choro de la calle entero maldito con prontuario y dos causas pendientes.
Miró atrás, el sonido del taxi aún encendido le dio cierta calma y en seguida se puso a pensar donde iría a consumir la pasta. Decidió que lo mejor sería ir a los condominios abandonados de mas allá de la línea del tren, que estaban en la cima de una pequeña meseta artificial, sólo frecuentados por alcohólicos y vagabundos que buscaban un lugar para dormir. Además estaba haciendo frío de verdad, lo sabía porque nuevamente sintió un fuerte estremecimiento en el pecho. Encendió un cigarrillo para calentarse y continuó esperando.
Al cabo de unos instantes el “Michael” apareció nuevamente y le entregó un pequeño paquete hecho con papel de periódico. “El Chino” lo revisó, asintió con la cabeza y sin decir más se alejó a grandes zancadas rumbo al auto.
La noche estaba en pleno en la calle, en la población y todo alrededor. Los delincuentes y adictos rondaban como predadores entre los sitios eriazos y las zonas construidas, buscando presas, ocultándose y avanzando, como ocurre siempre con los pulsos callejeros.
Marcos Sandoval, en tanto, se retiró por un tiempo de este ecosistema, desapareció para consumir su botín, adentrándose en uno de los tantos edificios abandonados del condominio. Adentro olía a fecas y alcohol y en la penumbra se divisaban de vez en cuando cuerpos encogidos en posición fetal, tapados con cartones y paños sucios. Entre medio de ellos y por todo el piso se hallaban infinidad de basuras e inmundicias.
“El Chino” aguzó la vista y el oído y avanzó con cautela, procurando no pisar ninguna de las numerosas bolsas tiradas por el suelo. Buscó hasta encontrar un lugar perfecto, un baño sin construir donde no hubiera nadie y que oliera bien. Como si fuese un ritual, sacó un paquete de cigarrillos, una caja de fósforos y el paquete con la pasta base y los alineó frente a si. Agachado en el piso, descansando su peso en las puntas de sus pies, con las piernas flexionadas, procedió a sacar un cigarrillo y cuatro fósforos. Con la punta de los dientes le sacó el relleno al filtro del cigarro, dejando solo el exterior de este y luego cortó la cabeza de los fósforos. Metió estos cuatro palos donde antes estaba el algodón del filtro y se aseguró que el nuevo filtro fuese resistente.
Alzó la vista de su trabajo. Nada se veía excepto la tenue luz que llegaba al interior de la construcción desde algún lado. Uno de los vagabundos estalló en una fuerte tos y luego enmudeció con la misma rapidez.
Volvió a su trabajo, mientras sus manos comenzaban a temblar ansiosas y su respiración se volvía más apremiante. Le sacó el tabaco a su creación hasta la mitad, teniendo cuidado de no romper el papel en ningún punto y luego colocó el cigarrillo a un lado. Tomó el paquete con la pasta y lo contempló unos instantes, dejando escapar un suspiro. Luego lo abrió y olió la droga. Verdaderamente ese era el objetivo de todo ladrón, tener en la mano buena droga, reconoció que él realmente se había vuelto alguien sólido, completo, perfecto. Esta ensoñación aumentó su aura de poder e imaginó que cuando tuviese la pistola de 9mm ya nadie podría con él.
Con la punta del dedo índice movió el polvo en el paquete y luego vertió con ceremonia un poco del contenido dentro del cigarrillo, enrollando finalmente la punta de papel sobrante, para sellar el cigarro con la potente pasta base en su interior.
Dejó esta dosis a un lado y comenzó a hacer una nueva mientras uno de los vagabundos prorrumpía en una fuerte tos. “El Chino” alzó la vista una vez mas y fue consiente de que había menos luz que antes; afuera del edificio gruesos jirones de nubes tapaban la luna llena. Como una contestación otro cuerpo tirado en el piso comenzó a temblar en medio de fuertes ruidos sibilantes y emitió un lamento ahogado. Chino miró esa masa cubierta de cartones y entonces se percató de su aliento congelado, que flotaba frente a su ensombrecido rostro como una voluta estática. La noche había traído consigo una onda polar.
Movimiento fuera del baño donde se hallaba, a la izquierda, una sombra y un par de pasos. Su mano soltó la droga y se dirigió a donde guardaba su cuchilla, pero por lo demás permaneció inmóvil, como un animal, esperando…
Una silueta delgada se dejó ver en la puerta del baño, con la luz dándole desde atrás, dejando la sucia habitación casi a oscuras. La silueta permaneció quieta unos instantes y entonces avanzó.
Chino relajó la mano armada al ver a la niña acercarse, tendría unos doce años y era delgada y de baja estatura. En sus brazos y ropas sucias podían verse las marcas inconfundibles del neoprén.
La miró a los ojos y vio que estos tenían la mirada perdida en el sueño hipnótico del pegamento aspirado en bolsa. Sin duda vivía en la calle pidiendo plata y en la población prostituyéndose.
- ¿Qué pasa huacha chica? (1) – preguntó el Chino mirándola a los ojos.
La niña pareció buscar la respuesta como quien busca algo en un lugar vacío muy amplio y sus ojos giraron en todas direcciones.
- Na pos tío que va a pasar. (2) – respondió, y entonces mirando el paquete de papel en el suelo agregó – ¿Tío me convida unas fumadas?
Chino pensó algo unos instantes y dijo:
- ¿Qué huevada te querís pegarte unos tabacazos? (3) – y señaló el primer cigarro que había armado. – Ya po gánate aquí y te hago un marciano. (4) – Dijo Chino corriéndose a un lado. Tomó a la niña por la cintura ayudándole a sentarse en el suelo y agregó. – ¿Cómo te llamai cabra chica?
- Maritsa ¿y usted oiga cual es su gracia? (5) – respondió la niña mirando ansiosa como él armaba con rapidez la segunda dosis, que sería para ella.
- A mi me dicen “El Chino”. – contestó este, endureciendo el rostro. Dejó el segundo cigarro en el suelo y pasó su mano por el cabello de ella. – ¿Cuantos años tenis Maritsa? – Preguntó, con el brillo de sus ojos ya cambiado.
- Once…
- A bacán igual estai rica pa tener once… (6) – Agregó rodeándola nuevamente por la cintura. Luego tomó uno de los cigarros y se lo ofreció mientras se llevaba el otro a la boca.
La niña apretó el filtro de palos de fósforo en sus labios y esperó a que Chino encendiera la punta del cigarro; entonces aspiró hondo y en lo que duró ese acto de aspirar sus ojos se fueron hacia arriba, mientras el placer de la droga se apoderaba de ella.
A su lado Chino comenzó a volarse mientras la luminosidad del recinto cambiaba al paso de las nubes, que ahora dejaban al descubierto un cielo límpido y una luna fría.
Adentro uno de los vagabundos empezó a temblar en medio de un quejido entrecortado y terminó por acurrucarse en un ovillo, como si fuese un gato.
Cuando la pasta se consumió por completo continuaron fumando el resto de sus cigarros, hasta llegar a los palos de fósforos, entonces permanecieron quietos mientras sus cuerpos comenzaban a volverse duros, rígidos. La cara del Chino cambió también en un gesto de poder absoluto pero un dolor atenazante comenzó a ganar fuerza en su pecho. Ahora su peligrosidad no tenía límites, podría enfrentarse él solo contra tres tiras, no, contra cinco, contra diez…
Giró la cabeza en redondo, mirando a la niña con un aire de dominio total, mientras su cara terminaba de solidificarse en una máscara pétrea.
- ¿Te gustó la huevada o no loca? – dijo acariciándole un muslo.
- Si po estaba bacán... – contestó la niña, que a cada momento perdía más contacto con la realidad.
- Ven po. – replicó él jadeante, mientras su mano se deslizaba del muslo al centro de las piernas de la niña, apretando con ansias. – Estai rica…
Sumergida cada vez mas en una realidad alterna la niña cerró las piernas y trató de pararse, mientras apartaba la mano de él a un lado.
- A ven pa’cá po ahora tenís que ponerte. – cortó él con brusquedad, y de un tirón jaló a la niña sentándola arriba suyo, e inmediatamente comenzó a bajarse los pantalones mientras su respiración se salía de control.
La niña giró sobre si misma lo más que pudo y golpeó el rostro de él con el codo. Chino cayó hacia atrás y ella quedó libre por unos instantes, entonces se incorporó y corrió fuera del baño, pasó por el resto del departamento y salió fuera del condominio a la fría noche reinante.
“El Chino” en tanto se puso en pie, su corazón latía furioso fuera de todo control; sacó una enorme cuchilla y corrió tras ella abandonando el condominio. Bajo la luz de la noche la divisó a varios metros de distancia y logró alcanzarla mientras esta se arrojaba al piso en un acto instintivo. Se lanzó sobre ella y separó sus brazos, aplastándola contra el suelo.
- Ya po pa que te arrancai maraca culiá ahora tenis que darme la parte. (7) – le espetó bajándole el pantalón de un golpe, a la par que el pecho le retumbaba por dentro. Fue consiente también de sus alientos helados, que permanecían en torno a ellos, inmóviles.
Miró el centro de la niña con excitación y se bajó los pantalones mostrándole el miembro y apretándole los brazos con más fuerza. Maritsa intentaba librarse entre gritos, y se movía desesperada bajo él tratando de escapar.
- Aaahh viste que te gusta… – replicó entrecortadamente y comenzó a violarla, mientras la apretaba aun mas.
Entonces sus manos perdieron fuerza, sus brazos se aflojaron y la niña comenzó a soltarse.
“El Chino” profirió un lamento horrible y abrió la boca, dejando escapar el aliento, que se congeló al instante en el frío aire polar. Se ladeó a un lado atenazando su pecho con las manos, y empezó a enrollarse sobre si mismo, temblando frenéticamente a la par que el dolor explotaba inconteniblemente.
La gélida noche y la pasta base de cocaína acabaron por mezclarse en un paro cardíaco fulminante, con la actividad física intensa como complemento.
Marcos Sandoval comenzó a temblar violentamente en el piso, sin poder cambiar de posición, sin poder voltearse y de cara a la población, que se apreciaba a la distancia, bajando la colina donde él se encontraba.
Y finalmente el dolor de su pecho lo destruyó por dentro, entonces no quedó nada, ningún impulso, ninguna sensación, ningún movimiento y Chino quedó inmóvil, con la vista centrada en el titilante paisaje sobre si.
En el segundo en que moría…
El segundo se alargó mientras moría…Y entonces…
“El Chino” profirió un grito horrible de terror y pavor, a la par que un miedo primigenio se apoderaba de él. Trató de cerrar los ojos pero su cuerpo no estaba bajo su comando, si bien podía co-sentirlo alrededor “suyo”; entendió también que no había gritado realmente pues no controlaba su boca y nuevamente trató de hacer algo para escapar de ese horror, pero sin éxito.
Arriba de él, por todos lados, cubriendo todo el cielo, había una masa pútrida, corrupta y repugnante, que flotaba a cierta altura, ondulante y cambiante, como si fuera una nube negra extremadamente espesa. Aquella cosa infinita se perdía en el horizonte y en su interior se apreciaban pequeñas tormentas y remolinos, como si tuviese vida propia.
Cerca de su cuerpo inerte Chino vio a la niña y comprendió horrorizado que ella solo veía el nítido manto de estrellas sobre sus cabezas. Nadie veía a esa cosa, nadie.
Invadido por el terror más poderoso que puede existir Chino comenzó a “gritar” descontroladamente, al comprender la espantosa realidad ya ahora inevitable…
- ¡Por favor Dios ayúdame, por favor nunca mas te lo suplico lo prometo! ¡No, no, diosito ayúdame!¡¡ Ayúdame diosito…!!
- ¡¡Papá…papito, mamita, te amo mamita, te amo…!! – entonces se quebró en un “llanto” desesperado final, en el lamento por sufrimiento máximo concebible, mientras su conciencia comenzaba a destruirse en medio de una vorágine irrefrenable y desintegradora.
Su conciencia desapareció entonces en medio de una salva de registros contradictorios y “El Chino” dejó de existir, borrado de la existencia.
En el suelo permaneció tirado su cuerpo muerto por paro cardíaco en tanto que arriba de este la bruma negra pútrida, si bien invisible, permaneció imperturbable y por un momento pareció que aumentaba su tamaño en una minúscula porción…
1 comentario:
Muy entretenido.
Moraleja: Hay que apreciar lo que uno tiene (pobres vagabundos) y portarse bien mientras uno esté vivo para no arrepentirse en la muerte, cuando ya es demasiado tarde.
Gustavo
Publicar un comentario