Era una de esas noches frías y lluviosas del invierno santiaguino cuando Natalia abandonó su departamento decidida a encontrar a Gerardo, su compañero y amigo.
Arropada en un cálido abrigo se internó en la borrasca rumbo al barrio bohemio donde Gerardo solía ir en busca de diversión y compañía.
Tenía que encontrarlo, la apremiante sensación de peligro era como una astilla clavada en su mente que no la dejaba tranquila. Algo pasaba en la calle, podía sentirlo. La calle tenía un pulso, un ritmo, al igual que aquellos que habitan en ella durmiendo en los rincones. Las prostitutas callejeras tenían un pulso propio, incluso los delincuentes y drogadictos tenian uno... Algo estaba afectando el equilibrio de la calle y ella sabía perfectamente que era.
Apuró el paso mientras una ráfaga de viento impertinente arremolinaba caprichosamente su cabello negro azabache. A su paso iba dejando calles y veredas por donde parejas abrazadas y hombres con portafolios luchaban por conseguir algún vehículo que los sacara de allí, como si la lluvia fuese un ácido hirviente del que había que escapar.
Nuevamente se ensimismó en sus pensamientos. Por su mente pasaban pedazos de imágenes y flujos de pensamientos los cuales no tenían otra cosa en común que generar tensiones relacionadas con la pérdida, con la muerte. Detuvo su atencionalidad en el recuerdo de un artículo de periódico reciente. La imagen de esas mujeres asesinadas, horriblemente desangradas y con marcas de colmillos en sus cuellos era el origen de sus peores miedos.
- ¿Pero qué mente enferma podría estar detrás de todas esas muertes? ¿Quién o quienes desangrarían a mujeres de esa forma y les dejarían esas horribles marcas en el cuello?- preguntas sin respuestas, solo tensiones y miedo.
Inconcientemente comenzó a jugar con sus manos, acariciándose la punta de las yemas, como viendo que todo estuviera donde debía estar. Sus ojos negros como el espacio sondeaban en todas direcciones buscando cualquier cosa que pareciera peligrosa, pero sólo veía las gotas de lluvia que se le venían encima, como si su cara fuera el parabrisas de un auto, y gente que al pasar por su lado la miraba ceñuda.
Pronto llegó al sector del parque, aquello la puso inmediatamente alerta, aguzó el oído y comenzó a caminar casi al borde de la vereda; la luz de los autos al pasar le daba una seguridad extra. Volvió a llamar a Gerardo pero su celular no contestaba. Maldijo por lo bajo pero advirtió que el pánico se adueñaba de ella, las sombras de las cosas le jugaban bromas macabras mostrándole enemigos acechantes en cada rincón. Empezó a creer que efectivamente alguien o algo la seguía y observaba a lo lejos.
Por un momento le pareció irrisorio que ella tuviera tanto miedo pero luego recordó bien como había empezado toda la cadena de temores. Después de las tres mujeres asesinadas, Braulio, un conocido, desapareció sin dejar rastros y días después una chica pintora que conoció en una fiesta también. Después de eso empezó a temer que a Gerardo le pasara lo mismo.
Salió de sus pensamientos como quien detiene una película, algo no andaba bien. Le tomó un segundo darse cuenta que mientras caminaba había llegado al corazón mismo del parque y… No veía luz alguna procedente de ningún lado, ni sonido ni nada.
- ¿Qué…? O no pero…
Los árboles no tenían movimiento, ni una sola cosa se movía, nada vibraba, el viento había desaparecido y la lluvia caía en cámara lenta, era la nada en el ojo de un huracán.
Giró en redondo tan violentamente que un lado de su abrigo resbaló de su hombro.
Frente a ella, a unos veinte metros, estaba él. Lo supo inmediatamente, era él. El ser inmortal que acecha en la noche. El predador omnipoderoso definitivo, contra aquello no habían opciones, no había escape…solo muerte.
Atinó a huir, en lo profundo de su centro vegetativo sus reflejos no vieron otra opción. Corrió como nunca lo hizo mientras atrás el hombre iniciaba la persecución ávido de ella.
Natalia fue conciente de que no sabía para adonde corría, debía llegar a terreno seguro, donde hubiera gente, pero no podía orientarse sin luz; él se lo impedía con su poder. Forzó su marcha enalteciendo su cuerpo lo más que pudo.
- No mires atrás, no mires atrás... – miró atrás, él se había detenido, aparentemente aburrido de aquel juego estúpido. Levantó un brazo con la palma extendida…
Un árbol golpeó brutalmente a Natalia con un nudoso tentáculo de madera y luego otra rama más delgada comenzó a envolverla. Él llegó junto a ella, con una mueca desagradable en el rostro…
Natalia lo miró con un profundo desprecio.
- ¡¡¡Esto no te va a salir tan fácil hijo de puta!!! – chilló y de súbito destruyó la rama que la envolvía con la rapidez cortante de la bestia. Una ráfaga veloz cortó el pecho del hombre y detuvo su nuevo intento de azuzar la naturaleza con su otra mano, ahora convertida en una poderosa zarpa de lobo.
Fue como querer oponérsele a un gigante, no, a un monstruo, a un titán. El Cazador empujó a Natalia como si fuera de papel y azuzó a la naturaleza. Un grueso tronco impactó salvajemente a Natalia, esta vez en la cabeza y la dejó aplastada en el lodoso suelo. La preciosa sangre se le escapaba y con ella su fuerza, calculó que si no fuera por su resistencia sobrenatural ya habría caído en letargo.
Aumentó su poder excitando a su bestia interna, parte de su sangre se quemó como combustible en un carburador activando el frenesí y se abalanzó sobre el Cazador con sus manos convertidas en garras de lobo de treinta centímetros. Él la miró con una paz absoluta y una esfera de luz lo envolvió todo a varios metros, apenas Natalia entró en ese radio de efecto su frenesí desapareció en medio de un quejido lastimoso, como quien echa a un perro de un puntapié. El vampiro cayó a los pies del Cazador, este la pateó enviándola a varios metros de distancia.
Derrotada, Natalia decidió usar su último recurso y escapar, hacía poco que había adquirido esta habilidad y no la había practicado mucho pero era su última opción. La sangre le había dado la asombrosa habilidad de transformarse en niebla, la cual podía mantener su unidad con el sólo poder de su conciencia, esto no la protegía del sol, el cual seguía destruyéndola al instante, pero le podía permitir huir ahora.
El Cazador se acercaba, en su mano derecha brillaba una pequeña partícula de luz.
- Oh no…mierda…ooohh…nooo... – sabía que era eso, había escuchado historias, meros rumores de que era eso.
Quemó lo poco de sangre que le quedaba y comenzó a evaporarse aunque en realidad la niebla resultante se iba acumulando arriba de lo que iba quedando de su cuerpo.
Por primera vez el Cazador pareció sorprendido, en su mano la partícula de luz tenía ahora el porte de una pequeña pelota.
- Más rápido, por favor más rápido – suplicó Natalia viendo horrorizada al Cazador mientras su cabeza comenzaba a disolverse en niebla. Pero entonces entendió su error, no sabía como controlarse, no sabía como mover su incorpórea forma de niebla, no había practicado lo suficiente.
El Cazador se quedó plantado a su lado, observándola con la cabeza hacia arriba, en su mano brillaba una gran esfera de luz.
Entonces estiró esta luz como si fuera una sustancia líquida, moldeable, dócil y en su mano derecha quedó formado un tubo de luz resplandeciente, como si fuera un tubo de neón, pero infinitamente mas brillante. Una espada de luz. Luz de sol invocada por el poder de la Fe Verdadera del Cazador.
Saltó sobre la bruma neblinosa cortándola con el arma santa, pero no para destruirla, sino para purificarla...
En su estado difuso Natalia sintió su desintegración final y recordó quien había sido antes…Entendió que en todas sus décadas como vástago había olvidado lo que significaba ser un vampiro. Muchas fiestas, mucha bohemia, demasiados juegos de sociedad… Ser un vampiro no era un chiste, no era una broma. Ser un abrazado era una condena, un tormento de soledad y sufrimiento eterno. Una pugna sin fin entre su humanidad y la Bestia, una lucha entre ambas por dominar en un cuerpo muerto. Una eternidad para pagar por lo que los primeros chiquillos del creador habían hecho y arrepentirse…
Sólo le quedaron unos últimos pensamientos para Gerardo y para esos malditos imitadores baratos que se visten de negro y salen a creerse algo que no entienden. Si estos malditos no hubieran asesinado a esas mujeres creyéndose vampiros el Cazador no habría venido a Santiago, donde siempre se deja con vida a los recipientes.
La paz, caliente como una hoguera comenzó a devorar su conciencia mientras el perdón se manifestaba finalmente en el último instante...
El Cazador deshizo la espada de luz al ver terminado su trabajo. Desconectó la esfera de silencio y de golpe el sonido, la luz y el movimiento volvieron al parque. Ahora era un hombre más como cualquier otro paseando por el Parque Forestal una noche lluviosa, pero mañana volvería…
Las cosas van a cambiar en esta ciudad…
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Hugo Dey 23/01/2007
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