sábado, 21 de julio de 2007

"Fugaz II" ( "Visiones" - 5 )

Permaneció tirado en el piso embaldosado, envuelto en la oscuridad artificial del lugar, mientras el pequeño haz de luz proveniente de la puerta de entrada iluminaba su rostro demacrado y las cosas desparramadas alrededor.
La mano que empuñaba la linterna descendió y la mujer vestida de blanco se acercó para ayudarlo, pero se detuvo a unos metros, al ver los vidrios rotos en el suelo. Entonces extrajo unos guantes de látex y se los colocó con presteza a la par que inspeccionaba las baldosas más cercanas en busca de otros elementos cortantes.
En algún lugar lejano una turbina comenzó a zumbar y la luz, normalmente siempre encendida, volvió a la habitación al instante, revelando pulcras paredes pintadas de blanco; una cama, una mesa de noche y una repisa pequeña con un televisor; detrás de este, unas cortinas celestes se hallaban cerradas ocultando una ventana.
La mujer apagó la linterna y lo sujetó por debajo de los brazos, ayudándole a levantarse y lo acostó en la cama.
Luego conversó con él unos instantes, le hizo algunas preguntas y se marchó.
Unos minutos después una joven llegó a limpiar el suelo, vestía de celeste y calzaba botas de suela de goma gruesa.
Cuando terminó, la mujer de blanco volvió con una bandeja, colocó en el velador un nuevo vaso con agua y otro frasco con pastillas de varios colores y sin decir mas se retiró, pero antes encendió el televisor, a pedido de él. Ahora se encontraba nuevamente solo, pero esta vez con la luz y el televisor encendido y desde luego que no había nada más en la habitación, lo que antes había sentido fue producto de su imaginación, un ataque de pánico. Además, la electricidad no volvería a fallar.
La verdad es que no quería quedarse a oscuras, no le temía a estar solo, pero si a la oscuridad. Esta le hacía creer que esa cosa podría entrar finalmente en la habitación y envolverlo. Le aterraba esa cosa pero más le aterraba saber que era real, y no producto de sus ataques de demencia, como muchas otras cosas que veía y que sobre todo sentía. No, esa cosa era real, pues podía verla en todo momento, incluso antes de que la primera Neumonía oportunista lo atacara y comenzara a empeorar.
Su miedo más primigenio residía pues en saber que era real y luego en que eventualmente le hiciera algo, aunque la veía siempre igual, como si solo estuviera ahí y de hecho, nunca había visto a esa cosa hacer algo pero como fuese, imaginaba que la luz de su habitación la mantenía afuera…
Miró el televisor, pero sin prestarle atención y pensó que en la última semana su salud había mejorado e incluso había subido un kilo. Recordó que le habían dicho que tuvo suerte de nunca haber consumido drogas, de ser una persona saludable, que de no ser así ya habría muerto. Ahora ya no importaba, sólo había comprado más tiempo, pero al fin ya no importaba. Incluso recordó locas teorías, leídas años atrás, que encendieron en él esperanza, incluso hasta llegó a pensar que nada le pasaría, pero ahora ya no importaba.
Se acomodó en la cama mirando el techo, el cual comenzó a nublarse mientras unas gotas tibias le afloraban por los ojos y se perdían bajo la comisura de sus labios, limpió su ojo sano con el dorso de la mano pero luego su boca se contorsionó en una mueca desgarrada y rompió a llorar. Se ladeó hacia la derecha llorando fuertemente y empezó a hipar y temblar, las lágrimas manaban de él sin control humedeciendo la almohada.
Tenía miedo de morir, no quería morir. En su vida no había hecho nada malo, no le había hecho daño a nadie.
El clima de injusticia dominaba en él más que ninguna otra cosa porque recordando su vida sucedía que sencillamente no podía creer que esto le estuviera pasando.
El llanto se convirtió en una súplica, y entre medio de los lamentos comenzó a gritar implorando ayuda…
Siempre que lloraba pedía ayuda, pero parecía que este proceso sufriente drenaba en él la poca alegría vital que le quedaba.
Se levantó de la cama como un loco, revolviéndose el pelo y aullando de dolor, mientras pedía ser auxiliado, salvado. Entonces comenzó a gritar, mirando al techo, con los puños cerrados, exigiendo entre gotas saladas su derecho a vivir, pero ninguna respuesta acudió a él.
Eufórico se dirigió a la cortina y la corrió a un lado con violencia, abrió la ventana y asomó la cabeza a la noche.
Se encontraba en un séptimo piso y desde su posición podía ver abajo unos extensos jardines, ahora desiertos por la lluvia. Arriba la extensa construcción en forma de “U” se alzaba tres pisos más…
Permaneció en el marco de la ventana varios minutos, mientras las lágrimas cesaban de manar de él y su cuerpo poco a poco se calmaba. Habían cosas más extrañas o desconocidas que la muerte y esto creaba en él un estado ambivalente donde la curiosidad dominaba con un considerable temor y respeto.
Con el rostro mojado se asomó lo más que pudo fuera de la ventana y miró a aquella cosa, como incontables veces lo había hecho.
A gran altura sobre la construcción de diez pisos, flotaba un vapor, o una nube que cubría todo el cielo, absolutamente todo el cielo, de horizonte a horizonte y hasta donde la vista pudiese llegar. Este vapor era de un color negro absoluto, y parecía que era, si tal cosa es posible, un petróleo inmundo y repugnante que flotaba, siempre ondulante, sobre todo lo existente en el planeta.
Hubo un tiempo en que él no podía verla siempre, sino solo algunas veces, como si esto dependiese de alguna condición enferma, pero ahora podía ver esa cosa repulsiva a voluntad, y a veces permanecía horas mirándola, aunque lo único que veía era como flotaba arremolinándose y retorciéndose sobre si.
Una tos explosiva brotó de su pecho y sus piernas perdieron fuerza, entonces se sentó en el piso, apoyando la espalda contra la pared de la ventana y volvió a llorar, pensando resentido en la única mujer que alguna vez amó…
Este resentimiento creció en su interior y la violencia y el odio que sentía contra él y los demás lo cubrió con un manto negro, mientras la muerte, de rojo, lo recorría fugaz…







Hugo Dey 21/07/2007

ir arriba

domingo, 1 de julio de 2007