sábado, 8 de diciembre de 2007
"El Ocaso del Vástago II" ( "Visiones" - 6 )
Se contempló frente al espejo unos instantes, a la par que su rostro se deformaba en una mueca de dolor. Era un hombrón, de aproximadamente 1,90 metros y pesaba casi 100 kilos, sus anchas espaldas y su musculatura digna de un toro solo contrastaban con sus ojos, que irradiaban una energía en reposo. Sin embargo esos cortes habían sido graves, y comenzaba a debilitarse; pero era vigoroso, sacó de un botiquín sendos vendajes y comenzó a lavarse las heridas. Cuando terminó de curarse fue al dormitorio por una muda de ropa y luego se desplomó sobre un sillón unos instantes, intentando centrar su respiración y ordenar sus ideas, que se aglomeraban como un coágulo de imágenes inconexas.
Observó su estómago y su pecho, su respiración comenzaba a volverse baja y su cuerpo se distensaba.
Completó el centrado llevando sangre rica en oxígeno al cerebro y una imagen mental de calor al pecho. Luego se puso en pie y recorrió la casa. Esta parecía la cabaña de un leñador, todos los muebles eran de troncos vivos y las paredes habían sido revestidas de ricas maderas. Destacaban una colección de lanzas y arpones de madera, todos de distintos tamaños.
El hombre puso un disco de vinilo en una vitrola y la música inundó la estancia, acallando el golpeteo de la lluvia en las ventanas. Entonces la vio, reflejada en el cristal de uno de los numerosos cuadros ordenados en la pared.
La mujer se hallaba sentada en uno de los sillones, inmóvil e inexpresiva, observándolo con sorna. Tenía un rostro oriental muy pálido y desprovisto de vida. Parecía un cadáver; pero vestido a como se solía vestir en los años 60´.
Él se puso inmediatamente en tensión y sus inspiraciones bajas dejaron de relajar su cuerpo al instante.
Ella sonrió marcando un ademán tranquilizador en el aire y le miró desde el sillón captando en sus tensiones la presencia vibrante del miedo. Aquel patético hombrecillo le temía como un cerdo bajo el machete y el olor de su sudor mezclado con sangre le revolvía el estómago.
- Saludos. Vengo tan solo de paso, pero no es una visita social. Tú entiendes ¿Verdad? – suavizó las últimas palabras con la habilidad de un actor de cuarta. Tenía una voz desagradable, como la de un instrumento mal afinado.
- Si por supuesto, además tú sabes que puedes venir aquí cuando desees - respondió él y al instante se reprendió por no haberle devuelto el saludo, pero intentó en vano que no se notase en su rostro. Era una pelea perdida. Jamás podría hablar atendiendo a sus tensiones musculares más rápido y mejor de lo que aquella bruja las leía.
- Mmm si es cierto, pero no quiero abusar de tu eh…hospitalidad – se reacomodó en la silla y lo observó mientras sus palabras llegaban a él ondeando como el humo de un incienso.
El hombre pareció desesperarse por un momento y luego, disimulando inútilmente su miedo, se dirigió a un pequeño mueble. Sacó una botella reluciente y una copa. Ella prosiguió.
- Verás, sólo quiero darte unas pequeñas instrucciones, que serán las últimas…Luego tendrás la eh…mmm si, la desgracia de dejar de recibir mis visitas…
De nuevo esa maldita forma de hablar, con una modulación tan desagradable y con la burla en la punta de la lengua. La atmósfera de su casa se había envenenado con tan solo unas pocas frases de parte de ella.
- Sírvete- dijo él adelantándole la copa. Luego se situó a una distancia de respeto – Tú me dirás…
- Bien es bastante sencillo en realidad. Chiquillos – luego se llevó la copa a los labios marchitos y bebió. Él desvió ligeramente la vista, no podía evitar sentir asco por esa mujer. Parecía un cadáver por ahogamiento, aunque representaba unos treinta años.
- ¿Chiquillos? Disculpa es que no te comprendo…
- Santiago de Chile en todas sus comunas y también en regiones…Quiero que mates tantos chiquillos como te sea posible... – bebió otro sorbo y finalmente clavó sus ojos en los de él – Pero sólo chiquillos entiendes, algo que para ti es muy sencillo.
- Entiendo pero… ¿Por qué...? – alcanzó a atajar la pregunta, pero demasiado tarde.
Ella lo miró unos instantes, dejó la copa a un lado y se acomodó el pelo reseco tras las orejas.
- Me dices que entiendes, luego me preguntas “por que”…Dime ¿Estás jugando…conmigo? – y detrás de el “conmigo” siseó un par de palabras ininteligibles. El cazador cayó de bruces al suelo como si hubiese atajado al vuelo un saco de plomo, y recién después escuchó la pregunta de ella.
Conciente de que la conversación tomaba un matiz peligroso, él permaneció en el suelo y esquivó la mirada de ella.
- No, discúlpame…Y entendí lo que me dijiste. Lo haré como me dices – eso debía bastar para que las cosas se calmasen. Aquella mujer podía matarlo con sólo unas cuantas palabras y movimientos de sus manos. No había nada que él pudiese hacer contra ella. Sólo era un cazador, todo lo que él podía hacer se limitaba a matar vampiros - Me encargaré a partir de mañana mismo de buscar vástagos jóvenes.
- Que bien, así nos podemos entender. Cuando hallas acabado con una buena cantidad te avisaré, luego dejaré de visitarte – lo observó unos segundos y luego agregó – Yo entiendo que para ti esto no sea grato, mas que mal eres un cazador, un…este…campeón de la fe y Chile es tu territorio. Sé que no es de tu gusto que alguien te esté manipulando, pero te prometo que nadie lo sabrá y que esto acabará pronto…Es una lástima, siempre ha habido algo en ti que me ha interesado pero… mmm… Bueno que se le va a hacer…
Ella se paró lentamente de la silla y él retrocedió un paso para llegar primero a la puerta, pero con suficiente lentitud para que no pareciese que la estaba apurando para que se marchase.
- Bien esto es todo – agregó ella sin voltearse.
- Lo haré tal como lo pediste, que tengas buenos días – de nuevo se reprendió, se apresuró en despedirse y pareció que la estaba echando, pero ella pareció no darse cuenta.
Cuando la mujer salió por la puerta, algo la siguió a prudente distancia saltando de sombra en sombra, primero de la sombra de un mueble a la del marco de la puerta y luego por las sombras del jardín. Afuera un auto con dos mujeres la esperaba.
La maga subió al vehículo y se marchó mientras que él se quedó plantado bajo la lluvia varios minutos mirando al cielo.
- Pero Dios, que puedo hacer, no puedo paralizarla bloqueando su vitae porque está viva, ni puedo pasarle una espada de luz… ¿Qué daño le va a hacer un poco de luz de sol? Puedo tirarle la naturaleza encima si…pero unos cuantos árboles no la matarán verdad…en cambio ella puede matarme de mil maneras…
Continuó de esta manera mientras la lluvia le empapaba el rostro aunque también muchas de las gotas eran suyas, manando saladas de sus ojos.
Dios si estaba presente, claro, pero arriba, a varios cientos de metros sólo se veía la masa oscura de La Tiniebla, que ondeaba como una manta negra cubriendo todo el planeta.
Entonces entró a la casa y pasaron horas hasta que esta volvió a ser su hogar, aquel sitio en el que se supone que un cazador se arrepiente de lo que hace y reza por la purificación de sus víctimas…
Hugo Dey 02/12/2007
sábado, 21 de julio de 2007
"Fugaz II" ( "Visiones" - 5 )
La mano que empuñaba la linterna descendió y la mujer vestida de blanco se acercó para ayudarlo, pero se detuvo a unos metros, al ver los vidrios rotos en el suelo. Entonces extrajo unos guantes de látex y se los colocó con presteza a la par que inspeccionaba las baldosas más cercanas en busca de otros elementos cortantes.
En algún lugar lejano una turbina comenzó a zumbar y la luz, normalmente siempre encendida, volvió a la habitación al instante, revelando pulcras paredes pintadas de blanco; una cama, una mesa de noche y una repisa pequeña con un televisor; detrás de este, unas cortinas celestes se hallaban cerradas ocultando una ventana.
La mujer apagó la linterna y lo sujetó por debajo de los brazos, ayudándole a levantarse y lo acostó en la cama.
Luego conversó con él unos instantes, le hizo algunas preguntas y se marchó.
Unos minutos después una joven llegó a limpiar el suelo, vestía de celeste y calzaba botas de suela de goma gruesa.
Cuando terminó, la mujer de blanco volvió con una bandeja, colocó en el velador un nuevo vaso con agua y otro frasco con pastillas de varios colores y sin decir mas se retiró, pero antes encendió el televisor, a pedido de él. Ahora se encontraba nuevamente solo, pero esta vez con la luz y el televisor encendido y desde luego que no había nada más en la habitación, lo que antes había sentido fue producto de su imaginación, un ataque de pánico. Además, la electricidad no volvería a fallar.
La verdad es que no quería quedarse a oscuras, no le temía a estar solo, pero si a la oscuridad. Esta le hacía creer que esa cosa podría entrar finalmente en la habitación y envolverlo. Le aterraba esa cosa pero más le aterraba saber que era real, y no producto de sus ataques de demencia, como muchas otras cosas que veía y que sobre todo sentía. No, esa cosa era real, pues podía verla en todo momento, incluso antes de que la primera Neumonía oportunista lo atacara y comenzara a empeorar.
Su miedo más primigenio residía pues en saber que era real y luego en que eventualmente le hiciera algo, aunque la veía siempre igual, como si solo estuviera ahí y de hecho, nunca había visto a esa cosa hacer algo pero como fuese, imaginaba que la luz de su habitación la mantenía afuera…
Miró el televisor, pero sin prestarle atención y pensó que en la última semana su salud había mejorado e incluso había subido un kilo. Recordó que le habían dicho que tuvo suerte de nunca haber consumido drogas, de ser una persona saludable, que de no ser así ya habría muerto. Ahora ya no importaba, sólo había comprado más tiempo, pero al fin ya no importaba. Incluso recordó locas teorías, leídas años atrás, que encendieron en él esperanza, incluso hasta llegó a pensar que nada le pasaría, pero ahora ya no importaba.
Se acomodó en la cama mirando el techo, el cual comenzó a nublarse mientras unas gotas tibias le afloraban por los ojos y se perdían bajo la comisura de sus labios, limpió su ojo sano con el dorso de la mano pero luego su boca se contorsionó en una mueca desgarrada y rompió a llorar. Se ladeó hacia la derecha llorando fuertemente y empezó a hipar y temblar, las lágrimas manaban de él sin control humedeciendo la almohada.
Tenía miedo de morir, no quería morir. En su vida no había hecho nada malo, no le había hecho daño a nadie.
El clima de injusticia dominaba en él más que ninguna otra cosa porque recordando su vida sucedía que sencillamente no podía creer que esto le estuviera pasando.
El llanto se convirtió en una súplica, y entre medio de los lamentos comenzó a gritar implorando ayuda…
Siempre que lloraba pedía ayuda, pero parecía que este proceso sufriente drenaba en él la poca alegría vital que le quedaba.
Se levantó de la cama como un loco, revolviéndose el pelo y aullando de dolor, mientras pedía ser auxiliado, salvado. Entonces comenzó a gritar, mirando al techo, con los puños cerrados, exigiendo entre gotas saladas su derecho a vivir, pero ninguna respuesta acudió a él.
Eufórico se dirigió a la cortina y la corrió a un lado con violencia, abrió la ventana y asomó la cabeza a la noche.
Se encontraba en un séptimo piso y desde su posición podía ver abajo unos extensos jardines, ahora desiertos por la lluvia. Arriba la extensa construcción en forma de “U” se alzaba tres pisos más…
Permaneció en el marco de la ventana varios minutos, mientras las lágrimas cesaban de manar de él y su cuerpo poco a poco se calmaba. Habían cosas más extrañas o desconocidas que la muerte y esto creaba en él un estado ambivalente donde la curiosidad dominaba con un considerable temor y respeto.
Con el rostro mojado se asomó lo más que pudo fuera de la ventana y miró a aquella cosa, como incontables veces lo había hecho.
A gran altura sobre la construcción de diez pisos, flotaba un vapor, o una nube que cubría todo el cielo, absolutamente todo el cielo, de horizonte a horizonte y hasta donde la vista pudiese llegar. Este vapor era de un color negro absoluto, y parecía que era, si tal cosa es posible, un petróleo inmundo y repugnante que flotaba, siempre ondulante, sobre todo lo existente en el planeta.
Hubo un tiempo en que él no podía verla siempre, sino solo algunas veces, como si esto dependiese de alguna condición enferma, pero ahora podía ver esa cosa repulsiva a voluntad, y a veces permanecía horas mirándola, aunque lo único que veía era como flotaba arremolinándose y retorciéndose sobre si.
Una tos explosiva brotó de su pecho y sus piernas perdieron fuerza, entonces se sentó en el piso, apoyando la espalda contra la pared de la ventana y volvió a llorar, pensando resentido en la única mujer que alguna vez amó…
Este resentimiento creció en su interior y la violencia y el odio que sentía contra él y los demás lo cubrió con un manto negro, mientras la muerte, de rojo, lo recorría fugaz…
Hugo Dey 21/07/2007
domingo, 1 de julio de 2007
"En el Umbral" ( "Visiones" - 4 )
Marcos Sandoval, alias “El Chino”, dobló por una calle desierta mientras la oscuridad tanteaba cada vez más, llegando implacable a cada rincón, luchando contra el mortecino sol.
Se había alejado del centro pues el taxi llamaría inmediatamente la atención de la yuta. Además, su aspecto típico lo delataba: Zapatillas deportivas, pantalones deportivos térmicos, polera Nike y cadenas de plata brillando en el cuello. Arriba de este, su cara rígida como un monolito de piedra y su mirada intimidante marcaban a fuego el sello del delincuente callejero.
Estaba intranquilo, no por el hecho de saber lo que había hecho, sino porque el instinto le decía que las sensaciones físicas que experimentaba significaban peligro. Si bien no entendía de que clase de peligro se trataba, cada vez que tenía el pulso elevado, la adrenalina fluyendo por sus venas, el corazón retumbando en su cabeza y la sensación de hormigueo en su estómago; era porque algo había hecho; un robo, un asalto, una agresión… Aunque también se presentaban antes de que hiciera estas cosas o en los raros casos en que planeaba algo. Pero ahora…pero ahora había asesinado al taxista y la sensación era enorme…
Por otro lado, sudando e intranquilo, se sentía más brígido, más peligroso. Había matado a puñaladas al taxista y ahora andaba con dinero y en su nave. Todo esto merecía un premio, merecía una dosis de pasta base, unas cuantas, y tomando una nueva calle enfiló donde un traficante con una sonrisa de poder.
Parecía que al fin la noche le había ganado al día pues la oscuridad ahora estaba en todo, aunque la luna llena teñía de blanco las copas de los árboles y el cielo a su alrededor. Las nubes pasaban rápidamente arriba y abajo la ventisca cada vez más fría hacía bailar las hojas caídas, que giraban como una rueda frente al parabrisas del auto.
La cabina del taxi era extrañamente espaciosa, como si nada pudiese hacerla parecer abrigada o acogedora, ni los asientos, ni él, ni nada. Esta sensación le hizo sentir frío. Recordó maldiciendo en voz alta que el taxi no tenía aire acondicionado.
El semáforo se puso en rojo.
Oprimió el encendedor del auto y al sacarlo vio que no servía.
Verde.
No aceleró, buscó fósforos en su abrigo, prendió un cigarrillo y avanzó serpenteando por las desiertas calles secundarias del Santiago antiguo como un ratón en un laberinto. Cruzó el Parque de los Reyes y cogió la autopista rumbo a la población donde vivía su hermano. Estaban peleados por un problema de dinero en el casamiento de su prima, pero ahora no iba a verlo a él sino a comprar droga de la buena. En esa población vendían una pasta base de cocaína amarilla que dejaba parado y entero duro.
Diez minutos después abandonó la carretera y se adentró en la población por una calle principal, mientras un estremecimiento le sacudía el pecho. Realmente la noche se estaba poniendo fría, pero ahora que tenía plata podía hasta pagarse un reservado en el telmo de la rotonda. Lo único que ahora le preocupaba era la calle por la que circulaba pero sabía por experiencia que no era una vía vigilada por los pacos.
Mañana, después de que despertase de donde sea que pasara la noche, se iría a comprar unas zapatillas nuevas y una buena tenida, y en la tarde se juntaría con su compañero para un trabajo donde necesitaban un chofer. Quería ir bien vestido para que supieran que no era nada primerizo. Su máxima aspiración era comprar una pistola de nueve milímetros casi nueva que el dueño de un clandestino le estaba vendiendo, con esa joya podría comenzar a trabajar en serio y ya nadie se metería con él, y si este trabajo resultaba tal vez la compraría en un par de días.
Torció por un estrecho y oscuro pasaje y al lado derecho apareció una destruida cancha de fútbol que marcaba el comienzo de la población. En ciertos rincones figuras humanas reunidas en grupos voltearon al unísono al ser alumbradas por el taxi y luego continuaron con lo suyo. En la cancha un puñado de personas jugaba a la pelota al son de la música de una radio y de vez en cuando un silbido anónimo cortaba el aire como un mensajero raudo.
Las calles de la población eran sucias y mal iluminadas, estrechas y cortadas por pequeñas callejuelas donde se refugiaban adictos ansiosos. Gran cantidad de niños y perros circulaban también, ambos en busca de comida y la mayoría de las destartaladas casas eran puntos de venta de droga.
Las luces del taxi iluminaron la salida del callejón dejando a la vista una inmunda plaza, alguna vez construida para que jugaran niños; ahora un puñado de mujeres jóvenes y raquíticas deambulaba por ella en busca de algún cliente. Tras mirarlas en su lento andar, “El Chino” aceleró levemente y continuó su viaje hasta la casa donde compraba siempre. Se detuvo frente a una alta reja metálica tras la cual se apreciaba una fachada evidentemente distinta a las demás. Era una casa bien arreglada, con cerámicas y protecciones reforzadas; la casa de un traficante. “El Chino” se apeó del auto y se acercó llamando a un tal “Michael” mientras dos grandes perros negros se abalanzaban sobre la reja ladrando furiosamente. Al cabo de unos instantes un hombre de facciones demacradas y angulosas salió al antejardín y tranquilizando a los perros con sus delgados brazos, se ocupó de atender a “El Chino”. Recibió el dinero y tras comprobar que era verdadero miró instintivamente hacia la calle en todas direcciones y luego entró nuevamente a la casa.
Estos minutos de espera mientras le preparaban su cantidad de pasta base le resultaban siempre muy desagradables y tormentosos pues siempre imaginaba que lo engañarían quitándole las monedas o que algo le harían mientras esperaba en la calle. Pero él también era una persona peligrosa, se notaba en su forma de llevar la ropa, se notaba en su postura, en los cortes en sus brazos; era un ladrón, un choro de la calle entero maldito con prontuario y dos causas pendientes.
Miró atrás, el sonido del taxi aún encendido le dio cierta calma y en seguida se puso a pensar donde iría a consumir la pasta. Decidió que lo mejor sería ir a los condominios abandonados de mas allá de la línea del tren, que estaban en la cima de una pequeña meseta artificial, sólo frecuentados por alcohólicos y vagabundos que buscaban un lugar para dormir. Además estaba haciendo frío de verdad, lo sabía porque nuevamente sintió un fuerte estremecimiento en el pecho. Encendió un cigarrillo para calentarse y continuó esperando.
Al cabo de unos instantes el “Michael” apareció nuevamente y le entregó un pequeño paquete hecho con papel de periódico. “El Chino” lo revisó, asintió con la cabeza y sin decir más se alejó a grandes zancadas rumbo al auto.
La noche estaba en pleno en la calle, en la población y todo alrededor. Los delincuentes y adictos rondaban como predadores entre los sitios eriazos y las zonas construidas, buscando presas, ocultándose y avanzando, como ocurre siempre con los pulsos callejeros.
Marcos Sandoval, en tanto, se retiró por un tiempo de este ecosistema, desapareció para consumir su botín, adentrándose en uno de los tantos edificios abandonados del condominio. Adentro olía a fecas y alcohol y en la penumbra se divisaban de vez en cuando cuerpos encogidos en posición fetal, tapados con cartones y paños sucios. Entre medio de ellos y por todo el piso se hallaban infinidad de basuras e inmundicias.
“El Chino” aguzó la vista y el oído y avanzó con cautela, procurando no pisar ninguna de las numerosas bolsas tiradas por el suelo. Buscó hasta encontrar un lugar perfecto, un baño sin construir donde no hubiera nadie y que oliera bien. Como si fuese un ritual, sacó un paquete de cigarrillos, una caja de fósforos y el paquete con la pasta base y los alineó frente a si. Agachado en el piso, descansando su peso en las puntas de sus pies, con las piernas flexionadas, procedió a sacar un cigarrillo y cuatro fósforos. Con la punta de los dientes le sacó el relleno al filtro del cigarro, dejando solo el exterior de este y luego cortó la cabeza de los fósforos. Metió estos cuatro palos donde antes estaba el algodón del filtro y se aseguró que el nuevo filtro fuese resistente.
Alzó la vista de su trabajo. Nada se veía excepto la tenue luz que llegaba al interior de la construcción desde algún lado. Uno de los vagabundos estalló en una fuerte tos y luego enmudeció con la misma rapidez.
Volvió a su trabajo, mientras sus manos comenzaban a temblar ansiosas y su respiración se volvía más apremiante. Le sacó el tabaco a su creación hasta la mitad, teniendo cuidado de no romper el papel en ningún punto y luego colocó el cigarrillo a un lado. Tomó el paquete con la pasta y lo contempló unos instantes, dejando escapar un suspiro. Luego lo abrió y olió la droga. Verdaderamente ese era el objetivo de todo ladrón, tener en la mano buena droga, reconoció que él realmente se había vuelto alguien sólido, completo, perfecto. Esta ensoñación aumentó su aura de poder e imaginó que cuando tuviese la pistola de 9mm ya nadie podría con él.
Con la punta del dedo índice movió el polvo en el paquete y luego vertió con ceremonia un poco del contenido dentro del cigarrillo, enrollando finalmente la punta de papel sobrante, para sellar el cigarro con la potente pasta base en su interior.
Dejó esta dosis a un lado y comenzó a hacer una nueva mientras uno de los vagabundos prorrumpía en una fuerte tos. “El Chino” alzó la vista una vez mas y fue consiente de que había menos luz que antes; afuera del edificio gruesos jirones de nubes tapaban la luna llena. Como una contestación otro cuerpo tirado en el piso comenzó a temblar en medio de fuertes ruidos sibilantes y emitió un lamento ahogado. Chino miró esa masa cubierta de cartones y entonces se percató de su aliento congelado, que flotaba frente a su ensombrecido rostro como una voluta estática. La noche había traído consigo una onda polar.
Movimiento fuera del baño donde se hallaba, a la izquierda, una sombra y un par de pasos. Su mano soltó la droga y se dirigió a donde guardaba su cuchilla, pero por lo demás permaneció inmóvil, como un animal, esperando…
Una silueta delgada se dejó ver en la puerta del baño, con la luz dándole desde atrás, dejando la sucia habitación casi a oscuras. La silueta permaneció quieta unos instantes y entonces avanzó.
Chino relajó la mano armada al ver a la niña acercarse, tendría unos doce años y era delgada y de baja estatura. En sus brazos y ropas sucias podían verse las marcas inconfundibles del neoprén.
La miró a los ojos y vio que estos tenían la mirada perdida en el sueño hipnótico del pegamento aspirado en bolsa. Sin duda vivía en la calle pidiendo plata y en la población prostituyéndose.
- ¿Qué pasa huacha chica? (1) – preguntó el Chino mirándola a los ojos.
La niña pareció buscar la respuesta como quien busca algo en un lugar vacío muy amplio y sus ojos giraron en todas direcciones.
- Na pos tío que va a pasar. (2) – respondió, y entonces mirando el paquete de papel en el suelo agregó – ¿Tío me convida unas fumadas?
Chino pensó algo unos instantes y dijo:
- ¿Qué huevada te querís pegarte unos tabacazos? (3) – y señaló el primer cigarro que había armado. – Ya po gánate aquí y te hago un marciano. (4) – Dijo Chino corriéndose a un lado. Tomó a la niña por la cintura ayudándole a sentarse en el suelo y agregó. – ¿Cómo te llamai cabra chica?
- Maritsa ¿y usted oiga cual es su gracia? (5) – respondió la niña mirando ansiosa como él armaba con rapidez la segunda dosis, que sería para ella.
- A mi me dicen “El Chino”. – contestó este, endureciendo el rostro. Dejó el segundo cigarro en el suelo y pasó su mano por el cabello de ella. – ¿Cuantos años tenis Maritsa? – Preguntó, con el brillo de sus ojos ya cambiado.
- Once…
- A bacán igual estai rica pa tener once… (6) – Agregó rodeándola nuevamente por la cintura. Luego tomó uno de los cigarros y se lo ofreció mientras se llevaba el otro a la boca.
La niña apretó el filtro de palos de fósforo en sus labios y esperó a que Chino encendiera la punta del cigarro; entonces aspiró hondo y en lo que duró ese acto de aspirar sus ojos se fueron hacia arriba, mientras el placer de la droga se apoderaba de ella.
A su lado Chino comenzó a volarse mientras la luminosidad del recinto cambiaba al paso de las nubes, que ahora dejaban al descubierto un cielo límpido y una luna fría.
Adentro uno de los vagabundos empezó a temblar en medio de un quejido entrecortado y terminó por acurrucarse en un ovillo, como si fuese un gato.
Cuando la pasta se consumió por completo continuaron fumando el resto de sus cigarros, hasta llegar a los palos de fósforos, entonces permanecieron quietos mientras sus cuerpos comenzaban a volverse duros, rígidos. La cara del Chino cambió también en un gesto de poder absoluto pero un dolor atenazante comenzó a ganar fuerza en su pecho. Ahora su peligrosidad no tenía límites, podría enfrentarse él solo contra tres tiras, no, contra cinco, contra diez…
Giró la cabeza en redondo, mirando a la niña con un aire de dominio total, mientras su cara terminaba de solidificarse en una máscara pétrea.
- ¿Te gustó la huevada o no loca? – dijo acariciándole un muslo.
- Si po estaba bacán... – contestó la niña, que a cada momento perdía más contacto con la realidad.
- Ven po. – replicó él jadeante, mientras su mano se deslizaba del muslo al centro de las piernas de la niña, apretando con ansias. – Estai rica…
Sumergida cada vez mas en una realidad alterna la niña cerró las piernas y trató de pararse, mientras apartaba la mano de él a un lado.
- A ven pa’cá po ahora tenís que ponerte. – cortó él con brusquedad, y de un tirón jaló a la niña sentándola arriba suyo, e inmediatamente comenzó a bajarse los pantalones mientras su respiración se salía de control.
La niña giró sobre si misma lo más que pudo y golpeó el rostro de él con el codo. Chino cayó hacia atrás y ella quedó libre por unos instantes, entonces se incorporó y corrió fuera del baño, pasó por el resto del departamento y salió fuera del condominio a la fría noche reinante.
“El Chino” en tanto se puso en pie, su corazón latía furioso fuera de todo control; sacó una enorme cuchilla y corrió tras ella abandonando el condominio. Bajo la luz de la noche la divisó a varios metros de distancia y logró alcanzarla mientras esta se arrojaba al piso en un acto instintivo. Se lanzó sobre ella y separó sus brazos, aplastándola contra el suelo.
- Ya po pa que te arrancai maraca culiá ahora tenis que darme la parte. (7) – le espetó bajándole el pantalón de un golpe, a la par que el pecho le retumbaba por dentro. Fue consiente también de sus alientos helados, que permanecían en torno a ellos, inmóviles.
Miró el centro de la niña con excitación y se bajó los pantalones mostrándole el miembro y apretándole los brazos con más fuerza. Maritsa intentaba librarse entre gritos, y se movía desesperada bajo él tratando de escapar.
- Aaahh viste que te gusta… – replicó entrecortadamente y comenzó a violarla, mientras la apretaba aun mas.
Entonces sus manos perdieron fuerza, sus brazos se aflojaron y la niña comenzó a soltarse.
“El Chino” profirió un lamento horrible y abrió la boca, dejando escapar el aliento, que se congeló al instante en el frío aire polar. Se ladeó a un lado atenazando su pecho con las manos, y empezó a enrollarse sobre si mismo, temblando frenéticamente a la par que el dolor explotaba inconteniblemente.
La gélida noche y la pasta base de cocaína acabaron por mezclarse en un paro cardíaco fulminante, con la actividad física intensa como complemento.
Marcos Sandoval comenzó a temblar violentamente en el piso, sin poder cambiar de posición, sin poder voltearse y de cara a la población, que se apreciaba a la distancia, bajando la colina donde él se encontraba.
Y finalmente el dolor de su pecho lo destruyó por dentro, entonces no quedó nada, ningún impulso, ninguna sensación, ningún movimiento y Chino quedó inmóvil, con la vista centrada en el titilante paisaje sobre si.
En el segundo en que moría…
El segundo se alargó mientras moría…Y entonces…
“El Chino” profirió un grito horrible de terror y pavor, a la par que un miedo primigenio se apoderaba de él. Trató de cerrar los ojos pero su cuerpo no estaba bajo su comando, si bien podía co-sentirlo alrededor “suyo”; entendió también que no había gritado realmente pues no controlaba su boca y nuevamente trató de hacer algo para escapar de ese horror, pero sin éxito.
Arriba de él, por todos lados, cubriendo todo el cielo, había una masa pútrida, corrupta y repugnante, que flotaba a cierta altura, ondulante y cambiante, como si fuera una nube negra extremadamente espesa. Aquella cosa infinita se perdía en el horizonte y en su interior se apreciaban pequeñas tormentas y remolinos, como si tuviese vida propia.
Cerca de su cuerpo inerte Chino vio a la niña y comprendió horrorizado que ella solo veía el nítido manto de estrellas sobre sus cabezas. Nadie veía a esa cosa, nadie.
Invadido por el terror más poderoso que puede existir Chino comenzó a “gritar” descontroladamente, al comprender la espantosa realidad ya ahora inevitable…
- ¡Por favor Dios ayúdame, por favor nunca mas te lo suplico lo prometo! ¡No, no, diosito ayúdame!¡¡ Ayúdame diosito…!!
- ¡¡Papá…papito, mamita, te amo mamita, te amo…!! – entonces se quebró en un “llanto” desesperado final, en el lamento por sufrimiento máximo concebible, mientras su conciencia comenzaba a destruirse en medio de una vorágine irrefrenable y desintegradora.
Su conciencia desapareció entonces en medio de una salva de registros contradictorios y “El Chino” dejó de existir, borrado de la existencia.
En el suelo permaneció tirado su cuerpo muerto por paro cardíaco en tanto que arriba de este la bruma negra pútrida, si bien invisible, permaneció imperturbable y por un momento pareció que aumentaba su tamaño en una minúscula porción…
sábado, 16 de junio de 2007
"El Cubo" ( "Visiones" - 3 )
En mi piel, como si fuese un medidor de resistencia galvánica, guardo el registro de tantos abrazos, apretones de manos y caricias que a mí han llegado, como también todo aquello que al segundo está por pasar, como el roce un instante en el futuro de la cola de mi gato o de la cucharilla de té que está por caer.
En mi nariz, a manera de caverna marina, los olores entran como brisas puras y cristalinas, inconfundibles, y los detecto ya no como olores sino como las imágenes de aquellas cosas que los generan, pero más rápido que cualquier otra persona.
No obstante, mi oído es de todos mis sentidos, el más impresionante. Hace años descubrí que la concentración me había dado un maravilloso poder, la capacidad de detectar el más mínimo, fugaz y diminuto cambio en el timbre y modulación de alguien hablando. En sus voces veía llegar hasta mí un torrente de información infinitamente mayor que el contenido en el mensaje mismo que se me relataba. Cada cambio en la respiración del hablante, cada cambio en su posición corporal, cada mentira en aquello que se relataba y cada tensión de sus músculos eran para mí tan evidentes como la radio tocando pop en la casa vecina.
Pero nada de esto sirvió la tarde del día anterior, tanta capacidad de percepción, tal desarrollo de los sentidos, de nada me sirvieron para prevenir aquello que me ocurrió.
Por eso esta vez estoy preparado, no solo estoy aquí sentado sino que en mi mano sujeto con fuerza la punta metálica.
No es una punta cualquiera o no, la hice yo mismo con acero y la equipé con un mango de madera robusto, para ejercer presión hasta el fondo. Es mi punta y esta vez nada ni nadie me va a sorprender.
Estoy solo en casa y he apagado todas las luces, esperando tranquilo y paciente, tranquilo y paciente…
En el segundo piso cruje una madera seca, es el suelo, vencido ya por los años y las termitas. Una brisa ha entrado arriba también, a través de una ventana que dejé abierta en la mañana para regar una planta que cuelga de la pared en su maceta. La brisa ha bajado al primer piso, la siento como una corriente marina o como electricidad estática. Hay un olor proveniente de la humedad acumulada en el baño, verdaderamente esta es una casa muy vieja, pero no me iré de ella, es la casa de mi niñez, de toda mi vida.
Con tantos estímulos me doy cuenta que mi mente, libre, divaga sin control. Mis párpados se comienzan a cerrar…
Me incorporo en la silla, sacudo la cabeza y toco la taza vacía frente a mí, esto parece disipar mi creciente semisueño. Me paro y voy a la cocina. Esta se encuentra bastante deteriorada y siempre está llena de hormigas, pero es para mí el lugar más acogedor de la casa, después de mi dormitorio. Aquí desayuno en las mañanas y escucho música en las tardes.
Me preparo un café, el cual siempre me ha parecido una bebida que incita al actuar, o que precede una conversación interesante.
Nuevamente en el comedor reviso que esté todo en su lugar y aguardo paciente el momento, sino llega para las siete de la tarde ya no lo hará pues a esa hora llega mi hijo del colegio y ya no estaré solo. Mi hijo se queda conmigo haciendo sus tareas escolares hasta que Isabel, mi esposa y su madre, vuelve del trabajo a las nueve.
En realidad somos una familia bastante sencilla, no tenemos muchas cosas pero por algún motivo hemos sido inmunes a esa suerte de compulsión que padece la gente por poseer más y más y cada vez más cosas sin que puedan entender como empezó todo…
Mi hijo, no obstante, parece estar infectándose, si tal cosa es posible, con este síndrome. Me doy cuenta que en la escuela ve a sus amigos con ropas y artículos electrónicos de moda y veo en su espíritu como si algo se marchitase; no puedo permitirlo. Pero debe entender que no es nuestra realidad, no podemos…No; en realidad me gustaría explicarle que la realidad del mundo es que algunos pueden y otros no y que esto no debería ser así, pero no encuentro herramientas para esto, como se lo explico, no lo sé.
Desde que tengo memoria he sido conciente de que los seres humanos podríamos vivir en una verdadera abundancia de todo tipo, incluida la material, pero siempre desenfoco la forma de llegar a esto, y entonces pasan días hasta que me vuelva a llegar la idea, pero nunca se concreta.
Pero, ayer todo cambió de una forma un tanto…, cuando uno tiene una idea uno tiene el control, debe enfocarla, verla de distintas perspectivas, mover pedazos de sucesos, de imágenes; manipular la memoria. Darle vueltas al asunto y luego pulirlo. Pero ayer fue como si un fugitivo me la arrojara al paso, mientras huía de algo, metiéndola en mi cabeza a la fuerza, pero escondiéndola.
Y aquí estoy, aguardando mientras tomo ocasionales sorbos de café, mientras el mundo gira todo alrededor ajeno a mí.
Entonces, de golpe, el aire de la sala fue succionado con un poder inmenso, y por un momento fue como si no quedase oxígeno que respirar; el sonido de la succión me hizo imaginar como si el aire se escapara por un tajo, por una rendija. Sentí un golpe, un impacto en mi cabeza que enderezó mi cuello dejándome la columna vertebral en línea recta, los músculos de mi cuerpo se pusieron en tensión, listos para actuar, mis nervios aumentaron sus transmisiones como un telefonista demente y de pronto me encontré en la silla en un estado de alerta increíble. Era un gato, no, un puma, una pantera lista para saltar…
Algo o alguien había entrado a la casa por la puerta principal y se encontraba en la sala de estar, frente a mí. Podía sentirlo, olerlo, escucharlo, percibir el volumen de su masa. Se encontraba frente a mí, observándome, estudiándome como la vez anterior, mientras el aire se reestablecía a mi alrededor.
Es el visitante.
Pero esta vez yo tengo en la mano la punta metálica.
Aquel ser intenta comunicarse conmigo, como la vez anterior. Emite sonidos, no es un idioma, no habla, emite sonidos. Pero estos generan pseudoimágenes en mi mente, es la inspiración del artista, el destello genial del científico, o la idea fugaz del escritor.
- Ha, ha, ha - reí. Esta vez estoy listo. Levanto la mano derecha sujetando la punta metálica y la hago bajar con fuerza listo para comenzar. Mi mano izquierda sujeta con presteza la celdilla braile y el papel, mientras el punzón de acero comienza a marcar los puntos, uno, dos…uno, uno, dos, uno… Sin prestar atención a lo que escribo en el papel me dejo embriagar por los sonidos y las imágenes que este ser proyecta en mi mente, son tan rápidas y a la vez tan completas y envolventes que me es imposible relatarlas de alguna manera. Mi mano en tanto trabaja con vida propia plasmando en braile algo que ya quedó segundos atrás en mi campo de atención dado en un determinado momento.
Estoy en el comedor escribiendo algo que ignoro, relatado por medio de un canal desconocido por un ser que no puedo ver. Pero que yo sea ciego no quiere decir que sea tonto. Sé que hay algo frente a mí en este momento, cualquiera lo sabría. Pero no me atemoriza, la vez anterior no me hizo ningún daño y no veo por que ahora ha de ser diferente.
Soy conciente de que he terminado de escribir en esta página, presuroso, tomo otra hoja y la coloco en la celdilla braile listo para comenzar nuevamente, entonces noto que uno a uno otros seres aparecen en el comedor, como si estuviesen saltando desde otra dimensión. Estas entidades se manifiestan como salidas de un espejo, tensando la escena y sus voluntades se imponen ante mí como montañas eternas.
En este momento, si bien no tengo miedo, me siento si muy vulnerable, como una persona que estuviera con los ojos cerrados en una calle atestada de gente. Reconozco que comienzo a experimentar vértigo, estos seres a los que no puedo ver me cohíben pero sus mensajes entran en mi cabeza, son imágenes…
Una niña africana desnutrida sentada sobre fecas…llorando…
Hombres alimentándose de desperdicios…como animales humanos…
Un grupo de personas ensamblando una bomba… una bomba nuclear…
Un laboratorio con militares… un cartel de alerta…Ébola…
Factorías ensamblando vehículos de guerra…
Científicos e ingenieros ideando artefactos de muerte…
Países armándose…
Guerra en medio oriente…
Guerrillas en Sudamérica…
Guerrillas en África…
Peste y hambre en África…
Terrorismo en Europa…
Terrorismo en Norteamérica…
Está ganando… ella está ganando…
Toco la hoja abriendo la celdilla, está llena. Cambio la hoja y comienzo a escribir nuevamente, mientras noto mi sudor en el mango del punzón braile.
La sensación de estar girando en un torbellino me invade de golpe. Imágenes, más de ellas, más y más, agolpándose unas con otras…
Sida…
Cáncer…
Una nueva enfermedad de turno permanente en espera…
Terremotos…
Tsunamis…
Maremotos…
Huracanes…
Incendios…
Sobrecalentamiento…
Desastres climáticos…
El planeta se está… se está volviendo hostil…
Otro cambio de hoja, me doy cuenta también de que me he pinchado con el punzón ya varias veces, estoy escribiendo demasiado rápido y sin prestar atención a lo que estoy haciendo, no puede ser, yo enseño braile a personas que han quedado ciegas hace poco. Yo las capacito para que entiendan que pueden seguir en el mundo como personas normales, útiles, que no son un estorbo y…
De golpe siento como si me empujaran por el hueco de un ascensor, cayendo, cayendo… Al fondo un mar etéreo de imágenes se mueve en un oleaje embravecido…
Violencia…
Represión…
Descontento…
Millones de personas jóvenes sintiéndose violentadas, reprimidas, protestando y reclamando por todo, es una excusa…, el motivo no importa, reclamando y protestando por todo…
Cada generación nueva es más violenta que la anterior…potencial, eventualmente…
Los niveles de violencia están aumentando…
Todo el planeta, ooohh todo el planeta… Violencia…
Ella está ganando…
Ya no puedo seguir más. Mi mente esta agotada, sobresaturada. He terminado esta hoja y la dejo junto con las demás. Pero estos seres continúan emitiendo esos sonidos, a manera de música, una música con una modulación tal que despierta mi centro creador. Sé que mucha gente escucha y gusta de temas musicales sin saber de que cantante son, o que dicen sus letras, sólo los escuchan porque el ritmo y los tonos que contienen generan en ellos cadenas de imágenes libres que aunque desestructurizadas, coinciden con cosas del mundo interno de estas personas. La mayoría de las veces generan reacciones conocidas, como la disposición para bailar o conversar, pero otras veces estas imágenes configuran para estados de conciencia superiores, que son usados por el psiquismo para crear lo que vulgarmente se conoce como iluminación, inspiración y otros estados superiores que no se pueden activar totalmente a voluntad.
Resignado tomo una nueva hoja en blanco y la coloco en la celdilla braile. Las imágenes se me arrojan encima como alimañas.
Si otro me cae mal no importa pasarlo a llevar… violentarlo…
Si otro violenta a una persona no importa si el primero es mi amigo…
Si a un amigo le cae mal alguien es porque esa es una mala persona…
Si me cae mal, lo que dice y hace es incorrecto aunque tenga razón…
Si me cae bien está en lo correcto aunque esté equivocado…
Millones y millones de personas viviendo sus vidas tranquilas, en paz…
Ella es perfecta…está ganando y nadie se da cuenta…Su sistema es…perfecto…
Sigan viviendo sus vidas en paz, no pasa nada…no pasa nada…
Porque me muestran esto, no lo entiendo, si en este momento lo estoy anotando que sentido tiene.
La hoja en la que trabajo está llena de puntos braile, la cambio sin saber cuanto más falta y recibiendo ya el nuevo torrente de imágenes. Pero sucede que este no es como los demás, no es invasivo como los anteriores, sino pausado, con calma y puedo verlo con la mente como si viera una película.
Millones de personas viviendo en paz, un sólo sistema de organización mundial, no hay países, no hay unidad de compra y venta, no hay armas… sólo gente viviendo en paz.
Centros de abastecimiento para las necesidades humanas…como supermercados, pero gigantescos… la gente va y las toma…las cosas, los alimentos, medicamentos, todo…echo por seres humanos para seres humanos…
Vehículos en las calles…la gente va y los usa para desplazarse y luego los deja para que otras personas los usen…son…son sólo máquinas…
Las necesidades básicas ya no existen como tales, todo el mundo las tiene cubiertas como ahora tenemos cubierta la necesidad de respirar…es…es un paraíso…es la evolución…
Ella no existe…
Los objetos que ahora compramos existen por millones…por millones…son hechos por máquinas y nadie se esclaviza a ellos…
La gente ya no trabaja, realiza labores para mantener… ese sistema…
Es el modelo… ¡Es el modelo!...
Este modelo es lo único que puede salvar al ser humano y ahora estoy viendo cual es la forma desde el presente, de llegar hasta él.
- ¡Es brillante! – grito, y de súbito me pongo en pié, volcando la taza de café y unos libros.
Entonces noto que los seres, uno a uno, desaparecen del comedor en medio de una vorágine de viento. Siento que pierdo la señal de su registro, uno a uno dejo de percibirlos hasta que me quedo completamente solo, parado frente a la mesa, aún maravillado por lo que he visto.
- ¡Es brillante! – digo en voz alta nuevamente, pero ya no gritando.
Demoro unos minutos en reponerme de todo lo ocurrido y en acostumbrarme a estar solo en la casa nuevamente, mientras el oxígeno, recién desaparecido, se reestablece con lentitud. Pero ahora la curiosidad gatilla en mí una renovada energía. Busco las hojas producto de mi trabajo y las dispongo ordenadamente sobre la mesa. Son seis hojas. Con la yemas de los dedos comienzo a tocar la primera, estudiándola con cuidado. Entonces la desilusión se apodera de mí.
Lo que he hecho con el punzón y la celdilla no es braile, no he escrito nada. Solo hay un montón de puntos que no dicen nada de nada. Llevo décadas enseñando braile, mi conocimiento de este increíble idioma es absoluto.
Pero entonces noto que los puntos, si bien todos juntos unos con otros, no ocupan toda el área de trabajo que permite la celdilla braile. Con la punta de la yema del dedo índice toco el perímetro del área echa con puntos y me doy cuenta de que es un cuadrado perfecto. Con una renovada esperanza toco las otras cinco hojas y si bien noto que tampoco dicen nada, también me doy cuenta de que son cuadrados perfectos y de paso, todos iguales entre si.
Turbado, me dejo caer en la silla sin comprender. Repaso en mi cabeza todo lo ocurrido tratando de entender lo que pasa, tratando de encontrar algún detalle que haya obviado y que me de alguna explicación.
Varios seres aparecen en mi comedor y proyectan en mi cabeza un mensaje complicado a través de un canal de comunicación increíble, para luego notar que se trata solo de seis cuadrados hechos de puntos. No tiene ningún sentido, eso, o se me está pasando algún detalle…
Nuevamente tomo la primera hoja y esta vez la reviso con la máxima precisión de la que soy capaz. Mecánicamente llevo la mano izquierda a un ángulo de la mesa que correspondería en un reloj a la posición de la hora 22:00 y tomo un cigarrillo del paquete. Lo llevo a mi boca y lo enciendo sin que esto enlentezca siquiera el trabajo de la mano derecha.
Cuando llevo fumada la mitad del cigarrillo doy un respingo en la silla y me inclino frente a la hoja como si pudiese verla. La superficie del cuadrado no está realmente echa por completo de puntos. En algunas zonas hay pequeñas canaletas en blanco, es decir, donde no marqué puntos. Esto me recordó las zonas en negrita que tienen los puzzles.
Pero eso no era todo. Las puntas de este cuadrado no eran perfectas.
Algunas veces, cuando hago dibujos en la celdilla estos me quedan con pequeñas imperfecciones, me faltan o me paso en unos cuantos puntos, como una persona que se equivocase al tejer una prenda de lana. En este caso, dos de las puntas presentaban imperfecciones producto de unos cuantos puntos de más que arruinaban los ángulos perfectos de un cuadrado, con un conglomerado de puntos incorrectos. En las otras dos puntas faltaban unos cuantos puntos, como si fuesen un queso suizo, o una tela apolillada. Y por supuesto que los otros cinco cuadrados presentaban errores parecidos.
El problema es que para mí estos no podían ser errores, la única explicación que encontraba era que estas imperfecciones eran en realidad una especie de código.
¿Pero cuál?
Afuera un vehículo se detiene justo frente al árbol donde todos cuelgan la basura. Se escucha una puerta corredera abrirse, un griterío, y la puerta cerrándose nuevamente. Luego la puerta metálica del condominio se abre y se cierra de golpe.
Es mi hijo, ha vuelto del colegio, el tiempo ha pasado volando y no me he dado cuenta. Se abre la puerta principal y
mi pequeño niño avanza hacia mí con sus característicos saltitos; me abraza con ternura…
- Hola papito.
- Hola mi amor ¿Cómo te fue en el colegio hoy? – le pregunto mientras lo retengo, prolongando su abrazo.
- Bieeenn - me responde con dulzura, a la par que enciende las luces de la casa-. ¿Qué estás dibujando papi?
- Nada hijo, es…- evoco las hojas como si fuesen peligrosas, la presencia de mi hijo no es lo suficientemente fuerte como para que olvide lo que acaba de suceder.- Son unos dibujos que me enviaron unos amigos desde Europa, pero no los entiendo. - Miento y estiro la mano derecha para comenzar a guardarlos.
No obstante mi hijo se me adelanta y los toma.
- Que raro – dice.
- ¿Qué es lo raro hijo?
- No sé…Déjame ver bien…
Como si fuese un programa de computación; la mente de mi hijo, decenas de generaciones más actualizada que la mía, arroja una respuesta que me descoloca por completo.
- Se ensambla - replica mientras escucho las hojas pasar entre sus dedos – Se ensambla como un puzzle. Los puntitos que sobran en las puntas se ensamblan precisos en las puntas que tienen puntos de menos…
Antes de que pueda decir algo, escucho el característico sonido de un corta cartón al salir su hoja del mango.
- Hijo… ¿Qué vas a hacer?- le pregunto entre preocupado e intrigado.
- Voy a recortar los cuadrados de las hojas con mucho cuidado para no romper ningún puntito y después voy a ver como se arman papi.
Lo escucho primero despejar la mesa y luego cortar los cuadrados para moverlos y acomodarlos reiteradamente sobre la superficie lisa. Al cabo de un rato se da por vencido y se desploma sobre la alfombra, pensativo. Sé que me está mirando.
Sucede que no importa como se coloquen los cuadrados, la figura mayor resultante siempre tendrá errores en sus lados y puntas y las “ranuras” en blanco tampoco dicen algo. No obstante, un principio comienza a ganar lógica en mi cabeza. Los cuadrados han fallado en nuestro intento de crear una figura sobre la mesa, una figura plana sobre la mesa, pero no hemos…
- ¡Un cubo!- grito con vehemencia.- ¡Hijo, es un cubo! Son seis cuadrados, los seis lados de un cubo.
Escucho a mi niño pararse como accionado por un resorte y tomar nuevamente los cuadrados. Casi puedo ver como trabaja y adivino que está haciendo. Con la ayuda de cinta adhesiva intenta acomodar los cuadrados de manera que encajen en forma perpendicular los lados verticales y como un todo las bases horizontales, que cierran el cubo a manera de suelo y techo.
- ¡Papá, papá! ¡Lo armé, lo armé, está listo!- me grita triunfante.
Desesperado extiendo las manos y tomo con delicadeza el cubo braile de papel. Es extraño, tenerlo entre mis manos me causa una sensación desconocida y desagradable, como si esta encerrase una finalidad inevitable, pero a la vez necesaria.
Una sensación…
Con las yemas de mis dedos libres toco los puntos de los lados, de las bases; de arriba a abajo, de abajo hacía arriba, de derecha a izquierda y viceversa, en diagonal y girando el cubo como enloquecido, pero no logro leer nada. Es imposible, los puntos no dicen nada. Pero las ranuras me llaman la atención. Mi hijo me dice que mirando por cualquiera de ellas hacia el interior del cubo, es imposible ver hacia afuera, es decir que ninguna de ellas están enfrentadas entre si.
Comienzo a manipular la figura como si fuese un prisma, usando como base hipotética una de sus “puntas” en vez de alguno de sus lados y entonces noto con emoción que mis dedos encajan de una manera completamente perfecta en las ranuras. No es una coincidencia, es imposible. Me doy cuenta que el cubo está diseñado para superar su naturaleza geométrica, matemática, universal. Está hecho en función de los seres que lo operan, las ranuras sólo funcionan con los dedos humanos cuando están inclinadas y ladeadas, como sólo ocurre al poner un cubo como si fuese un diamante, transformando los lados de cuadrados a rombos. Nuevamente toco con las yemas de mis dedos libres los puntos, sin notar como cada vez más me he ido alejando de la realidad, consumido.
Puedo ver. Mi casa ha desaparecido y en su lugar estoy en una estancia de paredes de colores que se mueven como si fuesen telas al viento, el suelo es transparente y por él puedo ver la noche eterna del espacio decorada de infinidad de estrellas y cuerpos celestes, el planeta Tierra flota a corta distancia y mi pequeño hijito está tirado muerto cerca de mí. Mi hijito… está muerto, muerto…Miro arriba. Una bruma negra infinita flota espectral como único amo del universo, es el techo de mi estancia y envuelve al planeta Tierra también, con la facilidad de quien aferra una uva con la mano…Caigo de rodillas mientras rompo a llorar consumido por el sufrimiento.
Mis brazos se agitan hacia adelante como atacados por un espasmo arrojando el cubo de papel hacia algún lugar del comedor mientras conmocionado trato de parar de llorar. Siento que alguien me toma de los hombros.
- Papi, papi ¿Qué te pasa?- pregunta mi hijo. Su voz está cargada de miedo y preocupación.
Apelando al máximo control del que soy capaz me incorporo en la silla y me calmo, mientras entiendo lo sucedido y me afirmo a mí mismo que no ha pasado nada.
- Nada hijo, nada, cálmese. Me dio una punzada en el corazón, pero ya se me pasó- le digo mientras lo aferro a mis brazos con aprensión, mitigando en el pecho un nuevo llanto naciente.
- Papi ¿Quieres que tire el cubo a la basura?- me pregunta con una increíble intuición.
- No hijo, no, pásamelo, tengo que aprender a usarlo.
- ¿Por qué…?
- Porque tiene información hijo, porque tiene una valiosa información, es una guía- le digo, mientras recuerdo que mientras tuve la visión, mis dedos leyeron en los puntos dos palabras ocultas: La Tiniebla.
- ¿Una guía para qué papi?- me pregunta con inocencia.
Entonces estiro una mano y le acaricio la cabeza a aquel ser que es una extensión de mi voluntad, de mi conciencia y que heredará esta tierra.
- Una guía para la nueva conciencia colectiva de este planeta. Una guía con los pasos a seguir para dirigir la última avanzada contra…Las cosas van a cambiar hijo, pronto, muy pronto, van a empezar a haber cambios. Va a despertar una conciencia colectiva poderosísima en la gente, primero será en unos pocos y luego en más, van a comenzar a nacer personas diferentes. ¿Entiendes amor?
- Mas o menos papi…
- No te preocupes- le afirmo con una sólida convicción.- Pronto lo entenderás hijo, pronto lo entenderás…
Hugo Dey 13/03/2007